Zaragoza es una ciudad con vocación de
futuro, respaldada por una larga historia de más de dos mil años, sobre
un lugar que estaba destinado por la geopolítica a defender una cabeza
de puente sobre el Ebro y el cruce de los caminos del norte por el
Gállego, del sur por la Huerva y del centro por el Jalón. No debe
extrañar, por consiguiente, que a la ciudad ibérica de Salduie,
acuñadora de moneda, sucediesen la romana Caesaraugusta, que aún
conserva el nombre, la musulmana Medina Albaida Saraqusta y, desde el
siglo XII, la cristiana Zaragoza, en continuo progreso, cabecera de un
Reino y de la Corona que extendió sus territorios por todo el
Mediterráneo.
Cada época, superpuesta a las
anteriores en el mismo espacio, ha dejado huellas monumentales que tanto
hablan del núcleo amurallado de 15.000 habitantes, como magnifican la
urbe moderna de 150.000 a principios de siglo, el doble a mitad de la
centuria y de los más de 600.000 de nuestros días. Pero al mismo tiempo
que se abre al siglo XXI conserva los usos y tradiciones que
corresponden a una urbe bimilenaria. Fiestas, dances, trajes, gigantes y
cabezudos, la Jota...
Pueden ser símbolos del valor eterno
las murallas romanas, las trazas urbanas y de los templos, las monedas e
inscripciones que hablan de Roma; la obra de Braulio, perla de la
Escuela isidoriana y síntesis de un cristianismo iniciado con los
Innumerables Mártires y la maravillosa aparición de María, en carne
mortal, al apóstol Santiago, precisamente junto al puente que fue causa
de la fundación de la colonia. Y, a través de los siglos, la casa
romana, los templos románico, gótico, barroco y neoclásico de El Pilar,
con pinturas de Goya. Y, como muestra galana de la cultura islámica del
reino de Taifas, la Aljafería, "casa del regocijo", exponente del brillo
del siglo XI cuando la ciudad era un centro caravanero en el que
confluían el Oriente y Europa. Y la catedral de la Seo, también
compendio de siglos y estilos. Y la galanura de las torres mudéjares de
San Pablo, la Magdalena, San Gil y San Miguel. Y los inmensos retablos
tallados en alabastro de Pere Johan, Hans de Suabia o Damián Forment, y
las esculturas de Yoli o Tudelilla. Y la figura excepcional de Francisco
Goya, aragonés universal. Y antes la de Fernando el Católico, que "hizo
de Aragón, el varón en el matrimonio de las españas". Y una ciudad que
"daba de sy olor a Italia" y merecía ser llamada "la harta" aunque
sacrificase tanta prestancia en la empecinada e impar resistencia frente
a los ejércitos napoleónicos en 1808 y 1809. Y la Lonja de mercaderes,
los palacios señoriales, el poder de una activa
burguesía.
Con el Ebro como acicate, centro del
cuadrante nordeste de la península, siempre ciudad de la tolerancia y de
la cultura, pionera en la imprenta, simbiosis un tiempo de minorías
cristiana, hebrea y musulmana y crisol hoy donde se funden gentes de
todo Aragón y de fuera de él, Zaragoza, "señora de las cuatro culturas",
se apoya en un espléndido pasado para asomarse a un prometedor futuro.