Cuenca volada
sobre dos ríos, escalonado laberinto que baja de celestes
bosque y rocosos prados en pos de la llanura. Cuenca, concha
urbana de pinares, bisagra de tres comarcas cargadas de
historia. La ciudad (tibetana, alzada vertiginosa) es un dédalo
de trazado islámico y medieval, con la singularidad de
desarrollarse no sobre una vega (Córdoba), no sobre una marisma
(Valencia), no sobre un llano (Sevilla). Ni siquiera sobre siete
colinas (Toledo). Cuenca se alza en el estrecho y alargado
espacio de un cerro sobre dos barrancos: el titánico escenario
de las hoces que forman sus dos ríos.
De arriba abajo: los restos del antiguo Castillo con su magnífica
torre cuadrada musulmana, la Casa de la Inquisición (hoy
Archivo Provincial), el complejo de las carmelitas (Universidad
Menéndez Pelayo y Museo de Electrografía), las blasonadas
casas palacio de San Pedro, la Catedral (gótico castellano
fundacional y compendio del arte español). Bajo esta gran dama
blanca se abre irregular y ancha la Plaza Mayor como una gran
alfombra adoquinada. Los soportales del Ayuntamiento abren paso
a la anteplaza y a la zigzagueante rúa que desciende hacia el
ensanche, esa ciudad nueva o baja que saltó la antigua albufera
defensiva hasta más allá de la vía férrea y los caminos de
Valencia, Alcázar o Madrid.
Pero esta ciudad no es mero camino vertical. A uno y otro lado,
el paseante sube, baja y se demora en románticos rincones,
adarves de leyenda, balcones que asoman al espejo verde del Júcar,
cobertizos de ronda, postigos que culminan en las famosas Casas
Colgadas, una recreación del poso medieval conquense tan
acertada que ha pasado a ser emblema universal e imagen genuina
de la Ciudad del Cáliz y la Estrella.
Cuenca fue siempre musa y sirena de artistas y literatos. Marco
Perez, escultor e imaginero, alcanza en sus rincones efigies de
bacheros o pastores. Fausto Culebras, una graciosa madonna neogótica
o los bustos de sus conquistadores, Leonardo Martínez Bueno, la
aguadora de la plazuela de San Nicolás o la maternidad del
camino de San Francisco.
Entre los escritores, Antonio Enríquez Gómez, su gran hijo del
Barroco, vió a Cuenca "montaña poblada de
edificios". Góngora pintó un lucida danza de serranas. Pío
Baroja situó en ella la acción de su intensa novela "La
Canóniga" y Pérez Galdós describió vigorosamente el
feroz asalto carlista. D'Ors quiso verla como "bella
durmiente del bosque". Y César González Ruano, más
quevedesco que baudeleriano sin renunciar a su dandismo, la hizo
patria de adopción y le dedicó,desde
su palacio de San Pedro esquina Trabuco, decenas de artículos y
el hermoso libro "Pequeña ciudad", sintonizando
espiritualmente con una ciudad olvidada y magnífica.
Pero el poeta de Cuenca es Federico, Federico Muelas, que tiene
estatua protegida por los semiderruídos muros de San Pantaleón
y fue quien más alta y entrañadamente la cantó "de peldaño
en peldaño fugitiva... " Poetas y literatos siguen libando
versos de la pétrea flor conquense.
Además, Cuenca ha dado estadistas (Diego de Valera, Andrés de
Cabrera); médicos (el padre de la homeopatía, Chirino); magos
(Eugenio Torralba); conquistadores (Alonso de Ojeda)...
En el renacer cultural contemporáneo de Cuenca hay dos momentos
singulares. Los 50, en que Fidel García Berlanga abre la Posada
de San José y establece un foco de atracción para bohemios y
creadores. En los 60, el pintor y mecenas Fernando Zóbel
instala su colección en el, desde entonces, Museo de Arte
Abstracto Español, en las Casas Colgadas. Y la ciudad devino núcleo
artístico internacional de primer orden, hasta el punto de que
la critica llegó a hablar de una "escuela de Cuenca".
Con escenografía del mismo autor del Abstracto, Gustavo Torner,
el magnífico Museo Diocesano, de imprescindible visita. Arte
sacro y antiguo, derroche de las afamadas alfombras conquenses,
Grecos... Todo ello en dependencias de la antigua Mezquita De
Kunka, con magníficas leyendas cúficas apenas tapadas por los
tapices de Flandes. Frente al Diocesano, el Museo Provincial
propone un recorrido por la provincia desde la noche de los
tiempos. Cuenca, con su flamante Teatro Auditorio del Huécar,
ofrece una programación cultural y escénica de continuidad,
con su momento de máxima proyección en Semana Santa (esa magnífica
y patética Semana Santa conquense), con su Semana Internacional
de Música Religiosa.
La provincia, extensa y variada, reúne muchos alicientes.
Hoces, pinares, torcas, lagunas, reserva de osos... Mas también,
cultura y patrimonio. Ciudades romanas (Valeria, Segóbriga, Ercávica).
Villas monumentales: Alarcón, Cañete, Moya, Ucles, San
Clemente... Rutas literarias: la de Luis de León (Belmonte y su
comarca), la de Jorge Manrique (Garcimuñoz, Santa María, Uclés),
la de Don Juan Manuel (Garcimuñoz, Alarcón), la de Enrique de
Aragón (Iniesta, Torralva). Y por tener, Cuenca tiene sus
conexiones cervantinas (La Herrería, junto a Cañizares, lugar
de su yerno visitado por el gran escritor) y fue escenario de
pasajes inmortales del Libro (episodios de rebuzno, del Carro de
Cómicos, del paso a Aragón por Los Vadillos).
Tierra de fronteras, Cuenca es rica en castillos: Beteta, Cañete,
Fuentes, Almenara, Belmonte (en el que más películas se han
rodado)... Los balnearios son también cultura y espacio para la
lectura, la meditación y la tertulia. Alcantud, Valdeganga, Solán
de Cabras.La
fuerza fecundadora de estas afamadas aguas fue inmortalizada por
Clarín en "Su único Hijo". En otra ocasión
hablaremos de leyendas, que varias espléndidas se cuentan en
Cuenca. Pero las leyendas asaltarán al viajero a cada paso que
dé por la ciudad del Júcar o por su provincia.
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