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Decía Don Miguel de Unamuno que
estas tierras de Guadalajara por las que discurre la presente ruta eran
tristes pero bellas. Y qué razón tenía el catedrático de la Universidad
de Salamanca. La visión que se observa desde la carretera de Barcelona es
poco atractiva aparentemente: cotas poco elevadas, suelo áspero y escasa
vegetación configuran un paisaje que no invita precisamente al paseo.
Pero la realidad es muy diferente si se adentra en estas frías tierras
castellanas. Desde el punto de vista turístico, Guadalajara siempre ha
presumido de una comarca: La Alcarria, inmortalizada gracias a la pluma de
don Camilo, cuyo nombre y visita ha ensombrecido la riqueza y belleza de
otros parajes naturales que nada tienen que envidiar, en algunos casos
incluso son más espectaculares, a la tradicional zona productora de rica
miel. En los últimos años la Junta de Castilla-La Mancha ha intentado
favorecer el turismo verde descubriendo al gran público parajes tan
sobresalientes como el Alto Tajo, el del Hayedo de Tejera Negra o la ruta
de la Arquitectura Negra.
Oculto a toda esta publicidad viajera,
reforzada en muchos casos con avisos en las carreteras, aparece un rincón
que guarda una belleza salvaje, difícil de imaginar en estos páramos
castellanos. Ni siquiera la relevancia histórica y artística de ilustres
ciudades como Medinaceli, Sigüenza o Atienza han podido difundir la
guapura de estos lugares. Quien sí descubrió las delicias paisajísticas
y los altos valores botánicos y faunisticos de Sierra Ministra y la Hoz
del río Dulce fue el doctor Félix Rodríguez de la Fuente, que rodó aquí
varios programas de su fauna ibérica. Su recuerdo ha quedado para siempre
en el mirador que lleva su nombre, cerca de la localidad de Pelegrina, el
mejor punto del camino. Ya lo descubrirá. Medinaceli puede ser un buen
punto de partida para iniciar la ruta. El poblado viejo se encuentra
arriba del todo, a poco más de 3 kilómetros de la carretera y a casi
1.300 metros de altura. La Ciudad del Cielo, lectura castellana de
Medinaceli, es un catalogo de arte y un trocito de la historia de España.
Su emplazamiento es privilegiado y de ella se cuentan múltiples leyendas
y hazañas que tuvieron como protagonistas, entre otros, al rey castellano
Alfonso VI y a su vasallo el Cid, Pedro el Cruel, Enrique II, Isabel de la
Cerda, la condesa de Medinaceli y origen del actual ducado, y Almanzor,
del que dicen que aquí murió después del duro golpe de Calatañazor y
que por aquí, también, anda enterrado, tal como narra la crónica cristiana: "el año 1002, arrebatado por el demonio, a quien él
había encarnado en vida, en Medinaceli, grandísima ciudad, fue sepultado
en el infierno".
En esta rancia villa todo es digno de visita,
incluso lo que está apartado de los recorridos convencionales. Pero sin
duda que lo mejor son el arco romano, único en España de triple arcada y
conocido por todos los asiduos a las guías y mapas turísticos porque su símbolo
ha sido utilizado convencionalmente para indicar el apartado de
"otros monumentos"; la colegiata donde antaño eran enterrados
los duques de Medinaceli; el Beatario, con el altar mayor, donde se
conserva la urna con los celebres cuerpos santos de Arcadio, Pascasio,
Eutiquio, Probo y Paulino, para más señas, y ese enorme hueso de 15 centímetros
que cuelga del retablo de la nave izquierda que un hilandero
expulsó por la ingle después de haberlo ingerido seis días antes no se
sabe muy bien cómo, y que el padre Feijoo da autenticidad del hecho y eso
merece todos los créditos; la Alhóndiga, la ermita del Beato Julián de
San Agustín, autor, dicen, de "112 milagros, comprobados por más de
cincuenta jueces"; la Plaza Mayor, escenario de la fiesta del Toro de
fuego, llamado aquí Toro Júbilo, allá en noviembre, cuando aparecen los
primeros fríos; el Palacio Ducal, el Convento de las Clarisas y el Arco
árabe, que atardeceres tan bonitos se ven desde su emplazamiento. Con
ellos habremos finalizado la ronda, pero será difícil decir adiós a esta
ciudad que guarda un encanto especial, difícil de expresar pero fácil de
contemplar. Alguien nos dirá que todavía no, que aún falta por ver un
rincón, un lugar que se nos ha escapado.
En Salinas de Medinaceli, la siguiente
parada, se puede conocer la rara técnica de extraer sal de donde no hay
mar y también habrá que hacerlo en las llamadas Cuestas de Esteras, a
1150 metros, donde nace el río Jalón, único de esta parte que vierte al
Ebro. El manantial brota a unos 50 metros del hostal que se encuentra al
lado de la carretera. Poco antes de alcanzar la cima en sentido
Guadalajara aparece una escondida indicación que señala el desvío.
Habrá que tener cuidado para no pasarnos. Después habrá que volver
hacia Salinas, abandonar la autovía de Barcelona y tomar la vieja
nacional II hasta Fuencaliente de Medinaceli y Torralba. Al lado queda
Ambrona, famosa por aquí por su cementerio de animales prehistóricos.
Hace 300.000 años estas tierras fueron cobijo de un tipo de fauna en
parte ya desaparecida, como la de los mamuts y los uros. En el museo paleontológico
pueden verse además restos fosilizados de caballos, lobos,
ciervos y hasta defensas de mamuts de casi tres metros y medio. Miño,
citado en algunos textos por su laguna, " abundante de finas
sanguijuelas y temible por las horrorosas nubes de tronadas que forman de
sus emanaciones"; Yelo, bañado por el río Bordecorex, que muere en
el Duero y que conserva todavía cuatro palomares de 1800 y Romanillos de
Medinaceli, con interesante museo local, son las poblaciones que habrá
que pasar para acercarse hasta Barahona, todavía en tierras sorianas.
Este pueblo cuenta con más historia y
leyenda que presente. De él se han dicho tantas cosas acerca de sus
brujas que hoy en día es difícil desvincular el ayer del hoy. Todos en el
pueblo, al menos los mayores, hablan de un pasado turbio, negro, lleno de
aquelarres, vamos, como una especie de sucursal del navarro pueblo de
Zugarramurdi, popular allá en el siglo XVII por sus brujas. Si nos pica
un poco la curiosidad habrá que acercarse al llamado "campo de las
brujas", al que se llega, como no, por el camino de las brujas, donde
se encuentra "el confesionario de las brujas", una enorme piedra
con un agujero que alguna mala lengua ha comentado por ahí que lo
hicieron las brujas con tanto frotar el culo. Pero algo de verdad hay en
toda la historia, dos documentos certifican las leyendas, uno es una
cédula de Enrique IV, rey castellano, hermanastro de Isabel la Católica,
donde se dice sobre el lugar que " hay hombres y mujeres que se
llaman brujas, se dan al diablo y se reúnen de noche"; el otro es un
legajo guardado en el archivo diocesano contra una tal Quiteria Morillas,
natural de Sacedón, en plena Alcarria, acusada de matar a niños por la
noche y de bailar en Barahona con 108 diablos. Estas tierras, los llamados
Altos de Barahona, entre las sierras de Pela y Ministra, configuran una
excepcional reserva de caza, protección que ha sido solicitada. Son
además el punto de enlace de los sistemas montañosos Ibérico y Central.
A 10 kilómetros de Barahona queda Paredes de Sigüenza, primer pueblo
castellano-manchego del recorrido e inicio de una de las rutas más curiosas
que pueden realizarse por el interior peninsular, la del río
Salado. Este brazo de agua nace muy cerca del lugar y aunque parezca
mentira, sus aguas son dulces. La combinación de sus elementos con los
materiales salitrosos del suelo que atraviesa y baña dan origen a su
nombre y a la diversidad de explotaciones que aparecen en el camino. Hay
salinas en Rienda, Gormellón, Olmeda de Jadraque, Valdealmendras e Imón,
siendo éstas últimas las más interesantes. Pertenecieron a la realeza y
hoy resultan uno de los atractivos de la ruta. Desde las ruinas del
castillo de Riba de Santiuste, donado por Alfonso VII a la iglesia de
Sigüenza, se observa una buena panorámica de la cuenca del río Salado.
En La Olmeda de Jadraque, un poco el corazón del previsto parque natural,
se puede realizar un interesante recorrido a pie de 5 horas, ida y vuelta,
hasta Huérmeces del Cerro. El lado bonito del paseo lo ponen los cañones
fluviales que aparecen entre la aldea abandonada de Santamera y el pueblo
de Huérmeces. De vuelta a la carretera
y tras haber dejado atrás las ya citadas localidades de Riba de Santiuste
e Imón, la parada se hace necesaria en Carabias y Palazuelos. En el
primero para contemplar su bella, pero algo abandonada iglesia románica;
en el segundo para alejarse de este mundo y trasladarse al pasado que
representa su magnifico conjunto monumental. Y llegamos a otro conjunto
monumental, espléndido, que merece todos los elogios y una atenta visita
como sucedió con Medinaceli: Sigüenza. AUTOR:
JAVIER LERALTA

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