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En la sierra de las Mamblas se
mezclan arte y naturaleza a partes iguales. Este rincón burgalés, muy
cerca de la provincia de Soria, es uno de los puntos claves para conocer
la historia de Castilla y su posterior evolución, pero también es una
referencia para encontrarse con uno de los lugares naturales más
desconocidos de la meseta castellana. La sierra de las Mamblas está
rodeada de arte e historia por los cuatro costados: al sur, Covarrubias,
un poco más abajo, Santo Domingo de Silos; al sureste, Salas de los
Infantes y al oeste, Lerma, sin olvidar, claro está, lo que queda del
monasterio de San Pedro de Arlanza, y todo ello regado por las aguas del
río Arlanza, nacedero en la sierra de Neila, entre Soria, La Rioja y
Burgos. Todos estos ingredientes son suficientes para iniciar la ruta
por cualquiera de las localidades citadas. Puestos a elegir nuestro
punto de partida nos quedamos en el pueblo de Salas de los Infantes,
principal núcleo urbano de la ruta y lugar donde se encuentran
enterradas las cabezas de los siete infantes de Lara. Lo que falta de
los cuerpos se puede encontrar en el pequeño claustro del monasterio de
Suso, en plena sierra riojana de San Lorenzo, junto a San Millán de la
Cogolla. A 6 kilómetros de Salas se encuentra Barbadillo del Mercado,
puerta de entrada a las primeras estribaciones de las Mamblas. Hasta el
siguiente pueblo, Hortigüela, nos acompañarán a nuestra derecha, unas
impresionantes paredes rocosas coronadas por matorral y pino bajo.
Llegados a este punto se torna el escondido
desvío que aparece a la izquierda que nos indica que faltan 13 kilómetros
para alcanzar la villa de Covarrubias. Es una estrecha carretera local,
de buena calzada y varias curvas, que ofrece el atractivo de mostrar el
mejor paisaje de las Mamblas. Interesante espacio de gran valor
faunistico y botánico que lucha por conseguir la protección de parque
natural. Dos son los mejores lugares para saborear en todo su esplendor
la riqueza de este paraje. El primero, la senda que parte a la izquierda
de la carretera una vez pasadas las ruinas del monasterio de San Pedro
de Arlanza. No hay posible perdida, justo al terminar los guardarailes
de la carretera se inicia a la izquierda la subida que nos sitúa en lo
más alto del enorme peñasco que se encuentra coronado por las ruinas
de la ermita de San Pelayo. Existe un inconveniente, el coche habrá que
dejarlo unos 350 metros más abajo, enfrente del segundo desvío a las
ruinas monacales, donde encontrará un amplio espacio para aparcar. La
estrechez de la carretera no permite estacionarlo en ningún otro punto
próximo. El paisaje que se observa desde lo alto es para gastar todas
las baterías de la videocámara. Para conocer la historia de la ermita
y la grandeza que tuvo el cenobio de San Pedro nada mejor que bajar
hasta las ruinas, al pie del río, y preguntar por Don Fulgencio,
guarda, está todos los días, mañana y tarde, y guía del monasterio
que por amor al arte, nunca mejor dicho, nos contará todo sobre la vida
y riqueza que llegó a tener este monumento románico-gótico, primer
lugar de enterramiento del conde Fernán González. Les contará el
proyecto de un embalse, el de Retuerta, que acabó con la vida de la
zona y les mostrará entre otras cosas, el humilde y pequeño museo
improvisado de piezas rescatadas de los escombros y obras de
reconstrucción. Merece la pena subir a la torre por la tortuosa
escalera de caracol y ver el bonito paisaje que rodea las ruinas. Antes
de marcharse no olvide la oportuna propina.
AUTOR: JAVIER LERALTA
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