CÁCERES, CIUDAD INÉDITA


El conjunto urbano de Cáceres constituye un privilegiado enclave monumental que ha sabido conservar testimonios significativos de los distintos pueblos y culturas que se han asentado en su territorio. Desde los tiempos del Paleolítico Superior hasta la gran expansión urbana del siglo XX, la capital de la Alta Extremadura encierra orgullosa un rico patrimonio cultural, cuyo excelente estado de conservación propició su declaración como Monumento Nacional en 1949, y su proclamación por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1986.

La muy temprana ocupación humana de su entorno queda evidenciada en las pinturas rupestres paleolíticas de la cueva de Maltravieso. Hoy prácticamente integrada en el casco urbano, sus manos en negativo guardan el secreto de primitivos ritos de iniciación. No faltan restos del poblamiento de la Edad de los Metales, como la pequeña cueva del Conejar, conformada, igual que la anterior, en el área próxima del calerizo.

Pero los primeros vestigios de cierta entidad en Cáceres corresponden a la etapa romana. Se considera que el núcleo primitivo de la actual ciudad surgió a partir de la colonia Norba Caesarina, fundada con los veteranos de varios campamentos militares próximos hacia el año 25 a. C. por el cónsul Lucio Cornelio Balbo. De esta época nos han llegado diversas inscripciones -algunas de ellas embutidas en los muros del barrio antiguo-, piezas escultóricas y algún fragmento de la muralla, construida a caballo de los siglos III y IV d. C., y de la que aún persiste en pie la puerta oriental, conocida como Arco del Cristo.

Tras un probable paréntesis de despoblamiento y abandono de la vieja colonia romana, la ciudad cobra renovada actividad con la llegada de los árabes. La nueva población musulmana reconstruye el núcleo intramuros, y reedifica sus nuevas murallas y torres de tapial sobre los recios sillares graníticos romanos. Los restos constructivos supervivientes de esta época -buena parte de la cerca de la alcazaba y el notable aljibe del desaparecido alcázar, hoy palacio de las Veletas- pertenecen ya a la etapa almohade, y, concretamente, al último tercio del siglo XII, momento de inestabilidad política y militar a causa del amenazante avance de las tropas cristianas. Esta imponente muralla demuestra la importancia estratégica que poseía Cáceres como bastión clave en el acceso hacia la cuenca del Guadiana.

Tras un probable paréntesis de despoblamiento y abandono de la vieja colonia romana, la ciudad cobra renovada actividad con la llegada de los árabes. La nueva población musulmana reconstruye el núcleo intramuros, y reedifica sus nuevas murallas y torres de tapial sobre los recios sillares graníticos romanos. Los restos constructivos supervivientes de esta época -buena parte de la cerca de la alcazaba y el notable aljibe del desaparecido alcázar, hoy palacio de las Veletas- pertenecen ya a la etapa almohade, y, concretamente, al último tercio del siglo XII, momento de inestabilidad política y militar a causa del amenazante avance de las tropas cristianas. Esta imponente muralla demuestra la importancia estratégica que poseía Cáceres como bastión clave en el acceso hacia la cuenca del Guadiana.

Con la definitiva Reconquista cristiana del lugar, acaecida en 1127 o 1129 tras años de numerosas contiendas, Cáceres se convierte en una villa libre de realengo, condición que mantiene hasta 1882, cuando Alfonso XII la erige en ciudad. Durante los siglos XIII y XIV diversas familias nobiliarias del norte de la península comienzan a construir sus casas solariegas dentro del recinto amurallado, sobre el sustrato musulmán, dando lugar a la arquitectura característica del casco antiguo de Cáceres: edificaciones austeras, de fuerte carácter defensivo, con paramentos lisos a base de mampostería y sillares graníticos. De finales del siglo XIV, y especialmente de las reformas, ampliaciones y nuevas construcciones efectuadas durante el XV y XVI, datan la gran mayoría de los edificios civiles y religiosos que componen el casco antiguo cacereño. Sus numerosas torres palaciegas, muchas de ellas desmochadas a mediados del siglo XV por orden de los Reyes Católicos como vergonzante castigo a las facciones aristocráticas opuestas a su causa, son un callado testigo de los conflictos nobiliarios que asolaron a la Extremadura de fines de la Edad Media.

La gran actividad constructiva de estas centurias es un claro síntoma de fuerte impulso económico, nacido de la tierra y de la conquista americana, que se traduce también en un importante crecimiento demográfico. La ciudad desborda las viejas murallas, y crea barrios extramuros en torno a la Plaza Mayor -que sustituye a la vieja plaza de Santa María en sus funciones económicas y municipales-, en el flanco occidental, y la denominada "judería", que se descuelga por el abrupto costado oriental del barrio antiguo. Se construyen también iglesias extramuros, que configuran nuevas parroquias -colaciones de Santiago y San Juan de los Ovejeros, ésta última vinculada a las actividades de la Mesta-, y palacios en torno a la Plaza Mayor, que muestran orgullosos rasgos constructivos del nuevo estilo renacentista.

Tras un siglo de profunda crisis -el XVII-, se observa una tímida recuperación durante el XVIII, momento en el que se producen algunas reformas urbanísticas, se reconstruye la entrada principal al barrio antiguo -Arco de la Estrella-, se inician algunas grandes empresas constructivas -Iglesia y colegio de la Compañía de Jesús-, y se reforman palacios, conventos y ermitas. Intentos importantes de modernización del núcleo cacereño fueron el establecimiento de la Real Audiencia a fines del siglo XVIII, o su conversión en capital de la Alta Extremadura en 1833.

Sin embargo, estas funciones administrativas no terminaron de hacer despegar a la ciudad, cuyo trazado urbano permanece prácticamente inalterado hasta finales del siglo XIX o inicios del siguiente, momento en el que se diseñan y desarrollan los primeros ensanches: calle que une la Plaza Mayor con la de San Juan, o el futuro Paseo de Cánovas. De igual modo, el descubrimiento de unos yacimientos de fosfatos en 1864 en las proximidades del núcleo urbano -Aldea Moret-, y la inauguración del ferrocarril en 1881, permiten la ampliación de la ciudad hacia el sur durante el primer tercio del siglo XX. Igualmente el palacio de la Real Audiencia y la Plaza de Toros serán sensibles focos de atracción urbana. Estas áreas de expansión permiten el desarrollo de una arquitectura pseudomodernista y de renovación de una burguesía agrícola y comercial, que marca el último momento de florecimiento constructivo de la población.

Actualmente Cáceres es un núcleo universitario y de servicios, con una creciente actividad cultural entre la que merece destacarse la celebración de festivales medievales y certámenes literarios y artísticos, consolidados a partir de su declaración como Patrimonio Mundial. Nos encontramos, en definitiva, con una ciudad que está aprendiendo a conjugar modernidad con una extraordinaria herencia histórico-artística, a ofrecer simultáneamente en un sólo recinto servicios turísticos de primera calidad, y uno de los más sugerentes y auténticos viajes al pasado del circuito monumental español.

La vieja ciudad de Cáceres se encuentra en una privilegiada localización orográfica en lo alto de un cerro que domina la llanura que se extiende a sus pies, y con todas las características apropiadas para ser elegido como enclave defensivo. La muralla, que se conserva en gran medida, circunscribe un óvalo de aproximadamente 500 m. por 300 m. de radios mayor y menor respectivamente, con una orografía ascendente que propicia importantes desniveles y una estructura urbana de calles empinadas, en muchos casos escalonadas, con dos importantes focos de convergencia: uno inferior en la plaza de Santa María y otro superior en la plaza de las Veletas.

Le proponemos un retorno al pasado, un paseo por la historia que comienza en la Plaza Mayor de la ciudad de Cáceres. Sabemos que las imágenes que les mostraremos conseguirán evocarle en gran medida la paz y el sosiego de este recinto, pero nada comparable con la impresión de venir con nosotros a vivirlo. Le garantizamos que no lo olvidará.