|
En Las Mestas desemboca el
camino que conduce al idílico valle de Las Batuecas, uno de los
espacios naturales más escondidos, tranquilos y desconocidos de nuestra
geografía. También aquí se han acometido recientemente obras de
pavimentación, en 1993, que han dejado la
carretera en perfectas condiciones para la circulación. Las Batuecas
pertenecen a Salamanca y se trata de un fértil paraje donde brotan
acebos, alcornoques, cipreses, encinas, enebros, madroños, pinos y
rebollos, entre otras especies. Se encuentra regado por las aguas del
río de idéntico nombre y en una desviación del camino, a la
izquierda, sin señalizar, se levanta el monasterio del Santo Desierto o
de Las Batuecas, habitado por monjes carmelitas que no permiten las
visitas turísticas, aunque sí las de otro tipo. Desde la puerta del
santuario parte una senda que se adentra en el valle y permite visitar
las pinturas rupestres a lo largo de una caminata de 12 kilómetros, ida
y vuelta. Los interesados en la excursión y en conocer más a fondo las
riquezas de todo tipo del valle, fauna, flora, arte, deben bordear la
valla del recinto y caminar junto al arroyo Cárabo hasta un puente y
luego proseguir a la derecha por otro sendero hasta Cabras Pintás,
cueva del Cristo, cachales de Zarzalón y Mahoma y Majada de las Torres.
Todos son puntos de referencia y se encuentran junto al río Batuecas.
Desde el monasterio hay que continuar la carretera hasta el Portillo, un
puerto que parece más alto de lo que es (1230 m.) por las difíciles
rampas que hay que superar hasta llegar arriba.
Todo son curvas y contracurvas de 180º que
invitan a tomarse más de una "biodramina". El paisaje, en
cambio, es de lo más sedante y relajado de la sierra de Francia y
posiblemente el más frondoso de toda la ruta. La bajada desde el
Portillo se hace con rapidez y enseguida aparece uno de los pueblos más
bellos de la geografía española: La Alberca. Pocas localidades
nacionales pueden competir con la belleza que ha sabido conservar este núcleo
salmantino. Los buenos viajeros podrán comparar su casco urbano con los
de Santillana del Mar, Covarrubias, Baeza o Alquézar, por ejemplo; pero
se darán cuenta que este de La Alberca tiene otro sabor, pertenece a
otra época y sus gentes son otras muy diferentes. Su recoleta plaza,
uno de los mejores espacios del pueblo, está sacada de un manuscrito
medieval. Lo mejor, ya sabe, perderse por sus calles y no salir de ellas
hasta que el estomago avise que es la hora del almuerzo. Por cierto,
aquí
encontrará embutidos de Salamanca, que se hacen con cerdo ibérico, el
mejor de todos; miel, jalea real, turrón del duro y ricos bizcochos de
soletilla, de esos que se mojan con la leche y saben a gloria. Lo peor
de todo, como sucede en tantos lugares de España, es que todavía
permitan circular por algunas calles del conjunto artístico, aunque
sólo sea para los residentes y la carga y descarga.
Desde La Alberca sale el camino que sube al
santuario de la Peña de Francia, uno de los más altos de Europa ( 1723
m.) y el mejor balcón de la ruta. Hasta lo alto del todo se pasa por
excelentes miradores como el improvisado del puerto de Los Lobos, el
balcón del Fraile, en una curva de la carretera antes de llegar al
santuario, y los de Santiago, dentro del patio monacal, y Santo Domingo,
al final del camino, donde se da la vuelta, con vistas a todo lo ya
visitado: Las Hurdes, Las Batuecas, el embalse de Gabriel y Galán, La
Alberca, y de otros lugares más lejanos como Salamanca, Sequeros y
Miranda de Castañar. Las dependencias monacales son austeras por fuera
y por dentro y cuentan con iglesia, donde se celebran misas diarias a
las 12, 13 y 17 horas,
convento y hospedería. Si el día es soleado y ausente de brumas
matutinas, las panorámicas que se observan son infinitas. Lo último de
la sierra de Francia son las localidades de San Martín del Castañar,
Sequeros, Mogarraz y Miranda del Castañar, por este orden, bellos
pueblos, algunos declarados conjuntos de interés artísticos, que
mantienen intactos los rasgos urbanos desde hace siglos. En Miranda hay
que asomarse al balcón que hay junto a la plaza de José Antonio Primo
de Ribera, una vez pasada la puerta de San Ginés, y recorrer la calle
larga, todavía llamada del General mola. Las comarcales 512 primero y
515 después, comunican las sierras de Francia, dicen que sus
repobladores llegaron de aquel país y por eso el nombre, y Béjar. Son
37 kilómetros de tranquila e irregular carretera, de bellos parajes,
como el formado por los meandros del río Sangusín. Poco después
aparece la ciudad de Béjar, apiñada en lo alto del barranco del río
Cuerpo de Hombre, nacedero en la sierra de Candelario.
Tiene esta zona multitud de encantos
naturales que sorprenden al visitante. La llamada sierra de Béjar, en
el límite de las provincias de Ávila, Salamanca y Cáceres, es un
pequeño tesoro paisajístico semiescondido entre nacionales: 110 y 630.
Su desarrollo excede de las pretensiones de la presente ruta por su
duración y será cuestión de visitarla con más tiempo y calma. De
todas formas, si tiene ocasión de repasarla, apunte estos lugares de máximo
interés: las sierras de Béjar,
Candelario, Trampal, la Solana y Tremedal, con bellas lagunas en
cascada, como las tres del Trampal o la de la Solana y los picos del
Canchal del Turmal, la Ceja, el Calvietro, nevado la mayor parte del
año, y el Torreón, punto de unión de las tres provincias. Por aquí
esta uno de los pueblos más bonitos, Candelario, que es conjunto artístico-histórico.
Si continua la carretera hasta el final llegará al mirador de la
Sierra. Lo que se ve desde allí se lo puede imaginar. en Béjar
todavía queda la huella de ciudad adinerada y rica por sus industrias
textiles, aquí estuvo en el siglo XVIII la fábrica de paños finos de
don Diego López, que dejaron de muestra un telar que se puede ver a la
entrada, viniendo de Guijuelo o el Barco de Ávila. En 1870 había en la
villa 200 talleres y en la actualidad siguen funcionando una buena parte
de ellos que trabajan para el Ejercito, la Guardia Civil, la Policía
Nacional y el mundo de la confección. Cuenta además con un hermoso
parque municipal llamado de La Corredera, vestigios de su antiguo
pasado, como las murallas árabes, una bella plaza Mayor y tres
interesantes templos: los del Salvador, con bellas vidrieras
policromadas, Santa María la Mayor y el Castañar, arriba a 2 kilómetros
del casco urbano, santuario considerado centro espiritual de la comarca.
Además conserva mucha actividad comercial y un rico almuerzo o merienda
llamado hornazo, pan relleno de embutido y huevo cocido.
Si quiere tomar nota de un buen disfraz de
carnaval, no se pierda la festividad del Corpus, ese día salen a la
calle los Hombres de Musgo en recuerdo de la hábil maniobra realizada
por los cristianos para conquistar la fortaleza musulmana. Las
nacionales 110 (Soria-Plasencia) y 630 (Gijón-Sevilla) son las mejores
vías de comunicación para volver a casa.
AUTOR: JAVIER LERALTA

|